En las empresas y también en la vida diaria solemos pensar que ocultar o modificar una información nos puede ahorrar complicaciones con otros.
Si bien es cierto que hay informaciones que no se deben hacer públicas por su confidencialidad, también es cierto que el resultado de callar o mentir puede no ser el que se esperaba; porque si esperamos que el capital humano de la empresa sea transparente con sus acciones, entonces no deben ser considerados como “no aptos o capaces” de hacerles parte de una información que les afecte directamente.
Puedo asegurar que todos en algún momento hemos ocultado información, desde una queja de un cliente/proveedor hasta datos que pueden ser relevantes y comprometedores para la empresa; y puede que sea como en la vida diaria que socialmente la mentira es aceptada siempre que su objetivo sea prevenir daños propios o a terceros.
El detalle es plantearse que en algún momento la mentira se descubra, y cuando se dirige un equipo, una parte vital para hacerlo eficientemente es “la confianza” y nadie confía si no percibe “transparencia”. No es sólo pensar en ser transparente, es creerlo y que forme parte de nosotros como un valor.
Si nos enfocamos en la relación empresa – cliente la transparecia sigue siendo igual de clave. Como usuarios que somos de algún producto o servicio, sabemos que al pagar por ello a parte de esperar que satisfaga nuestras necesidades; la forma (tono, mensaje, medio) como se comuniquen con nosotros, influirá en corto y mediano plaza en la continuidad de compra y fidelización.
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